Hablar de taoísmo es meterse siempre en camisa de once varas; como intentar cazar un dragón con una red para mariposas. Pero esto no se debe a que los filósofos más primitivos hayan desarrollado un sistema de pensamiento imposible de comprender.
Porque Laozi puede ser críptico y misterioso, su obra será capaz de llevar sobre las espaldas muchas interpretaciones, pero con la dedicación necesaria se capta su mensaje.
Para acceder a Zhuangzi es conveniente haber trabado amistad previa con su predecesor. Luego hace falta solamente una dosis suficiente de locura y osadía, con un invencible anhelo por la libertad y algo de gimnasia para desarrollar un capullo que nos permita metamorfosearnos. En esta etapa del proceso ya estaremos preparados para hacer ayunar a nuestro corazón y entrar en un viaje de ascenso, sin retorno.
Liezi, por siempre el tercero de los fundadores del sistema de pensamiento que nos ocupa, nos enseña a volar sobre el viento pero después nos devuelve a la tierra, haciéndonos circular por caminos más livianos que los propuestos por sus maestros. Al llegar a él se tiene la sensación de estar transitando entre amigos por un paisaje conocido. La suya es la última gran obra del taoísmo primitivo, ése donde la cosmogonía, la metafísica, la antropología, la ética y la política se funden y entrelazan de mil maneras, para el goce fecundo de los lectores de todas las épocas y de todas las culturas.
Iniciado ya el siglo XXI, no podemos llamar taoísmo sólo a lo que por miles de años los chinos denominaron Daojia, “Escuela del Tao”, porque a partir del año 142 de nuestra era, por tradición, esos textos antiguos que forjaron un modo de vida muy particular (el Daodejing, el Zhuangzi y el Liezi básicamente) se convirtieron en los textos sagrados de una vía devocional: el Daojiao o religión del Tao. Y todo a partir de la epifanía de un hombre: las revelaciones del monje Zhang Daoling dieron nacimiento, en sólo una generación, a una nueva fe vernácula que incluyó no sólo esos materiales antiguos sino un nutrido panteón de dioses e inmortales, un clero organizado, una estructura religiosa compleja y una interminable incorporación de textos de las más diversas proveniencias y temáticas que más tarde se denominó Daozang, o canon taoísta, siguiendo la estructura del canon budista pali y del canon budista sánscrito.
El Daozang comprende 1487 títulos, divididos en tres secciones llamadas Tres Cavernas (San-Tung) y éstas, a su vez, en varias categorías. La historia de sus ediciones, agregados y cambios es un relato en sí mismo y escapa los alcances de este primer acercamiento, pero cabe mencionar que en él hay obras de meditación, alquimia, revelaciones mágicas, agronomía, adivinación, geografía, filosofía, religión, sericultura, farmacología, medicina, etc.
Como afirma Yao-Yü Wu: “El taoísmo formaba parte de cada una [de las Tres Cavernas] sin excepción, en mayor o menor grado. Sin lugar a dudas puede afirmarse que, verticalmente, el taoísmo conectó todas las épocas y, horizontalmente, abrazó las Cien Escuelas, es decir todo lo conocido como artes y ciencias premodernas”. De tal modo que trascendió lo filosófico para convertirse en un modo de encarar la vida.
Una buena parte de la literatura china es literatura taoísta y el panorama aquí no es más simple que el de la filosofía primitiva. Stephen Bokenkamp afirma que “la misma diversidad de escritos taoístas y de entidades sociales que los produjeron ha llevado a una controversia sin resolver aún con respecto a la definición exacta de taoísmo”.
Parte de dicha literatura, que abarca narrativa, poesía, comentarios, escritos descriptivos y técnicos (como los tratados alquímicos, por ejemplo), canciones, hagiografía (vidas de santos e inmortales) y hasta protodrama (en la forma de representaciones litúrgicas) habla de personajes que viven según las enseñanzas del hacer sin intervención (wuwei), la frugalidad (jian), la espontaneidad (ziran) y el dejarse llevar por los ritmos de la naturaleza y los desacatos de la razón.
Abarcativo como los inimaginables confines del universo, el taoísmo se yergue único en el paisaje de la creación humana, brindando mil y una posibilidades de acercamiento.
Álex Ferrara
(Licenciada en Estudios Orientales, profesora de Taijiquan, traductora de clásicos chinos, escritora y guionista)