A pesar de que, alrededor del 2.500 a.c., el Buda original expuso la enseñanza de una manera excepcionalmente precisa, jamás guardando nada en un puño cerrado, no transcurrió mucho tiempo antes de que surgieran un buen numero de sectas, debido a diferentes puntos de vista y, sobretodo, debido a la disparidad de opiniones filosóficas y metafísicas. Pero no fue hasta el principio de la era cristiana cuando surgió el Budismo Mahayana, que se desenvolvió principalmente en el sur y noroeste del subcontinente indio. El Mahayana era el resultado de las influencias que otros sistemas filosóficos y religiosos ejercieron sobre la Buena Ley. Aunque las bases doctrinales primarias son las mismas para los antiguos budistas (el Theravada) y los Mahayanistas, éstos últimos ponen el mismo énfasis en la Compasión - si no más- que en la Sabiduría.
El Theravada se propagó por Ceilán, Tailandia y Birmania; el Mahayana por China, Corea, Japón y otros países asiáticos. La gran expansión que obtuvo el Mahayana se debió a la tolerancia y permeabilidad con los otros cultos. Así la Buena Ley influía y era influenciada e incorporaba a su seno elementos filosóficos y religiosos foráneos.
En China el Budismo entró alrededor del 500 d.c a través de un monje venido de la India llamado Bodhidharma (Damo en chino). Tras siglos después comenzó la formación de la escuela Ch’an, que siglos después se propagaría a Corea y Japón donde, influenciada por el Sintoísmo de formó la escuela Zen.
La escuela Ch’an fue notablemente influida por el Taoísmo y a diferencia de otras señalaba que la iluminación sobreviene de una forma abrupta y que puede obtenerse a través de la vida cotidiana. Los precursores del Ch’an pusieron especial énfasis por transmitir la enseñanza desembarazándola de todo convencionalismo, rutina, palabras, rituales y especulaciones filosóficas, postulando que el individuo debe buscar su propia naturaleza, que es la realidad suprema.
En ocasiones se ha dicho que el Budismo Ch’an es un «atajo hacia el despertar». A continuación veremos qué tiene de especial esta tradición budista que adquirió su sabor particular mediante la práctica y la enseñanza de eminentes maestros chinos entre los siglos VI y IX.
Las enseñanzas Ch’an son herramientas que nos ayudan a deshacernos de las múltiples identificaciones que nos impiden reconocer nuestra naturaleza esencial de paz, sabiduría, amor y compasión. Es como si esta fuente inagotable de energía positiva —nuestra única posesión verdadera— se encontrase oculta entre capas de densas nubes; las enseñanzas Ch’an nos ayudan a ver a través de las nubes para que así podamos reconocer nuestro rostro original y liberar su tremendo potencial.
Si la práctica Ch’an ha de dar sus frutos, debemos comenzar observando los entrenamientos éticos, que nos ayudarán, entre otras cosas, a minimizar los momentos de sufrimiento y a maximizar los de felicidad. Además, la práctica de los entrenamientos éticos y de la meditación facilitará que nuestra mente se calme. Y es en esa serenidad mental donde nuestra naturaleza búdica innata puede manifestarse.
En resumen, la práctica Ch’an consiste en soltar lastre, en liberarnos del apego a aquello que creemos ser para reconocer aquello que somos en realidad, nuestro verdadero hogar, y esto no se trata sino de aceptar plenamente el aquí y ahora, que se encuentra más allá de toda conceptualización.
Podemos aclarar lo anterior mediante una metáfora tomada del Sutra surangama:
“El polvo extranjero es como un invitado que se detiene en una posada para pasar la noche o comer, y tan pronto como cumple su cometido, recoge las cosas y continúa su viaje, pues no tiene tiempo que perder. El anfitrión de la posada no va a ninguna parte. El que se queda es el anfitrión; el que no se queda, el invitado. En consecuencia, una cosa es extranjera cuando no se queda.
En otras palabras, en un cielo despejado, cuando se levanta el Sol y sus rayos entran en la casa por una apertura, se puede ver cómo se mueve el polvo en el rayo de luz, mientras que el espacio vacío permanece inmóvil. Por lo tanto, lo que está quieto es la vacuidad, y lo que se mueve, el polvo”
En esta metáfora, el anfitrión es nuestra naturaleza real de paz, sabiduría, amor y compasión, mientras que los invitados representan a las cosas, a los fenómenos, a los procesos que son transitorios, interdependientes y que no pueden aportar satisfacción o paz verdadera (véase “Las tres características de la existencia”), que es la meta del budismo. Cuando nos des-identificamos de los invitados, volvemos a adoptar nuestra posición de anfitrión de forma natural; en esto consistió el despertar del Buda y en esto consiste la práctica del Budismo Ch’an.
Por último, y especialmente para aquellas personas dadas a altos vuelos intelectuales, debemos advertir que el anfitrión y los invitados son inseparables, pues no hay anfitrión sin invitados ni invitados sin anfitrión. Aunque, ¿quién sabe?, tal vez prefiráis leer que la vacuidad (anfitrión, conciencia o gnosis) y la forma (invitados, procesos o fenómenos) son coalescentes.
Los métodos del Budismo Ch’an
El principal método de práctica Ch’an es la sencilla aceptación ecuánime del aquí y ahora. Esto significa que debemos aprender a aceptar con atención plena cada uno de los momentos de nuestra existencia sin aferrarnos a ellos ni rechazarlos. Este punto lo ilustra muy bien un poema que compuso el venerable Tianhuang Daowu (748-807):
Compórtate de forma natural y ligera;
permite que todo siga su ritmo;
libérate de todo apego.
Eso basta para asegurar el despertar completo.
Por lo demás, en los primeros tiempos del Budismo Ch’an, la enseñanza transcurría de manera natural durante la convivencia entre los maestros y sus estudiantes. El siguiente caso, protagonizado por Bodhidharma, el primer patriarca del budismo Ch’an en China, y Dazu Huike (487-593), su sucesor, nos ayudará a comprender cómo era entonces la vía:
—Maestro, por más que lo intento no puedo apaciguar mi mente.
—No te preocupes, enséñame tu mente y yo la apaciguaré por ti.
—Es que, maestro, por más que trato de encontrarla no la hallo.
—¡Eso es!, ¡ya está!, ¡ya he apaciguado tu mente!
En ese momento, Huike experimentó un despertar profundo. Nuevos problemas surgieron con el paso de los años, pues la mayoría de los estudiantes perdieron la capacidad de captar esa enseñanza sutil y los maestros se vieron obligados a desarrollar métodos de práctica más formales.
El despertar silencioso
Antes decíamos que el método principal del Budismo Ch’an es la aceptación ecuánime del aquí y ahora, el método del despertar silencioso es el más próximo a esa enseñanza esencial.
En pocas palabras, el despertar silencioso consiste en regular el esfuerzo necesario para estar presentes aquí y ahora. Podemos dividir este camino en tres fases:
1.ª Nuestra mente del mono se muestra muy alocada, con pensamientos, imágenes y emociones que van de acá para allá sin ningún tipo de control. Aquí debemos aplicar un esfuerzo constante para recuperar nuestra posición de anfitriones y observar con ecuanimidad el caótico baile mental.
2.ª Nuestra atención plena presenta cierta estabilidad. Los pensamientos, las imágenes, las emociones y demás siguen acercándose a la posada, pero ya no nos entretienen con sus conversaciones; podemos ser conscientes de ellas pero no nos dejamos enredar. Sin embargo, de vez en cuando nos olvidamos de que somos los anfitriones y nos identificamos con alguno de los invitados de la posada. En ese momento debemos aplicar algo de esfuerzo para volver al aquí y ahora, a la observación ecuánime del momento presente.
3.ª Nos hemos acostumbrado a nuestro papel de anfitriones, no obstante, sigue presente un ligero esfuerzo y una conciencia sutil de dualidad, es decir, nos sentimos anfitriones y consideramos a los invitados como ajenos a nosotros mismos. Ahora solo nos queda soltar las últimas ataduras y abandonar el ligero esfuerzo que seguimos aplicando, lo que nos llevará a experimentar la unidad entre el anfitrión y los invitados; esto es el despertar, regresar a nuestro verdadero hogar.
Como podéis ver, el despertar silencioso se trata de un método muy sutil que se asemeja mucho al método esencial del Budismo Ch’an. Podemos practicar el despertar silencioso en cualquier postura: sentados, caminando, de pie o acostados. No os dejéis engañar por esos tipos que dicen que la meditación se limita a la postura del loto.
Daremos ahora unas pautas para el ejercicio del despertar silencioso en la posición sentada, cuya esencia, una vez que la asimiléis, la podéis aplicar al resto de vuestra vida cotidiana: fregar, cepillarse los dientes, trabajar, pasear, comprar…, cualquier cosa.
En primer lugar, debemos elegir un buen lugar para la meditación. Un sitio tranquilo y con aire fresco es una buena opción. Lo siguiente es adoptar una postura corporal correcta. Es importante realizar las sesiones de meditación con el estómago vacío y con ropa suelta. La clave de la postura es que nos sentemos con la espalda erguida, respetando siempre su curvatura natural, es decir, no la tensamos demasiado pero tampoco permitimos que se hunda en exceso.
Los ojos, por regla general, deben permanecer cerrados; la lengua, tocando el cielo del paladar, justo encima de los dientes superiores; la barbilla ligeramente metida hacia dentro; las manos apoyadas dulcemente sobre el regazo: la derecha, con la palma hacia arriba, descansa sobre la izquierda, también hacia arriba; los pulgares se tocan, pero no hace falta que lo hagan de un modo especial.
El siguiente paso, y el meollo del asunto, es ser conscientes de la respiración.
La respiración, si no tenemos problemas que nos lo impida, se realiza siempre por la nariz. No forzamos la respiración, sino que permitimos que siga su ritmo natural; no nos importa si es profunda o superficial. Debemos sentir la respiración a cada momento, no vale con notar su comienzo o final, debemos ser conscientes de todo el proceso. Debemos prestar atención mientras el aire entra en nuestro cuerpo y también mientras sale, debemos ser conscientes de los intervalos que se producen entre la inspiración y la espiración.
Podemos elegir seguir la respiración poniendo nuestra atención en las fosas nasales o bien en el movimiento hacia arriba y hacia abajo del abdomen.
Los Kung An
Otra práctica del Budismo Ch’an son los kung an. Los kung an están especialmente dirigidos a las personas pensativas e intelectuales, aunque en un momento dado pueden suponer un gran acicate para cualquiera.
¿Qué es un kung an? Un kung an es una especie de acertijo Ch’an que el maestro o la vida le propone al estudiante. Si el estudiante conecta con un kung an, este pasa a ocupar la mayor parte de sus pensamientos y energía. Por ejemplo, en una persona puede surgir la siguiente incertidumbre: «¿Qué significa realmente ayudar?», y convertirse para ella en algo muy importante. Esta persona no puede quitarse la pregunta de la cabeza, pero por más vuelta que le da, no halla ninguna respuesta que le satisfaga plenamente. Como podrá comprenderse, los kung an sirven también para despejar la mente de pensamientos errantes y concentrarla en una sola cuestión.
Cuando un kung an se apodera de un estudiante, este se aplica a fondo para encontrar la respuesta y presentársela a su maestro, ya se trate de un maestro de carne y hueso o de nuestro maestro interior. Veamos un caso tradicional para aclarar un poco el tema:
—Maestro, ¿qué he de hacer ahora?
—Soltarlo todo.
A los pocos días el estudiante vuelve a visitar a su maestro:
—Maestro, lo he intentado soltar todo, pero hay algo que no puedo soltar.
—¡Suéltalo!
—¡No puedo!
—Entonces llévalo contigo.
¿Qué significa este acertijo, este kung an? Precisamente eso es lo que el practicante debe descubrir. Comenzará pensando una y mil cosas sobre el kung an, y cada vez que crea haber encontrado la respuesta, se la presentará al maestro. El maestro intentará hacerle dudar, tratará de determinar si la respuesta es correcta, es decir, si nace desde la claridad o bien se trata tan solo de un trocito de mente conceptual. Si la respuesta no es satisfactoria, el maestro dirá a su estudiante: «Vuelve la semana que viene, sigues muy perdido», o algo parecido. Finalmente, el practicante que se aplique con total sinceridad a su kung an obtendrá una profunda claridad sobre su significado, sobre la esencia de la realidad, y se habrá liberado de parte de su carga.
En este punto es conveniente que distingamos entre los kung an muertos y los kung an vivos. Los kung an muertos se encuentran en las historias de los viejos maestros Ch’an. El problema con estos kung an es que estaban dirigidos a estudiantes particulares en un momento concreto de sus vidas, y bien pudiera suceder que el estudiante contemporáneo no sintonice con esos viejos kung an. Por ello, en el Budismo Ch’an preferimos los kung an vivos. Los kung an vivos son los que surgen de forma natural, sin buscarlos, durante la práctica silenciosa del estudiante.
Unas palabras del venerable Bankei (1622-1693) nos ayudarán a comprender este punto:
En los últimos tiempos, adonde quiera que vayas, te encuentras con maestros Zen que utilizan «viejas herramientas» [kung an muertos] al tratar con sus pupilos. Parecen pensar que no pueden actuar sin ellas. Son incapaces de enseñar de forma directa, de confiar en ellos mismos y ayudar a sus estudiantes con sus propias herramientas. Estos monjes ciegos, si no tienen sus «herramientas Zen» a mano, son incapaces de tratar con la gente.
Aun peor, dicen a los practicantes que si no pueden generar una «gran bola de duda» y penetrar a través de ella, no puede haber progreso en el Zen. En vez de enseñarles a vivir en su mente búdica, les fuerzan a generar esa bola de duda por todos los medios. Los que no tenían duda se ven encorsetados por una. Convierten su mente búdica en «bolas de duda». Es del todo erróneo.
No se trata de que los kung an sean un método poco apropiado, de hecho, cuando se entiende su práctica correctamente, son muy útiles y poderosos. La idea es que el estudiante debe trabajar siempre con kung an vivos, con kung an que le importen realmente, y no esforzarse en despertar una «bola de duda» que no tiene. Mientras no surja la necesidad de trabajar con un kung an, es mejor aplicarse a los métodos más esenciales del Budismo Ch’an; pero cuando el kung an aparece de forma natural, bienvenido sea.
El huatou
Otro método de práctica del Budismo Ch’an es el huatou, que literalmente significa «cabeza de palabra». Podemos decir que el huatou es la madre de todos los kung an. En resumen, el huatou consiste en encontrar una respuesta para la gran pregunta: «¿Quién o qué soy yo realmente?».
El practicante debe trabajar esta pregunta con todos sus medios hasta dar con una respuesta satisfactoria. Como en el caso de los kung an, la verdadera respuesta solo puede llegar en forma de claridad desde la atención plena. El practicante debe tratar de descubrir dónde nacen los pensamientos, a dónde van. Debe observar profundamente todo aquello que cree ser y comprobar mediante la visión profunda si realmente es aquello.
La Tierra Pura
En el Budismo Ch’an también se emplean ciertas prácticas de las escuela de la Tierra Pura como la recitación del nombre del Buda Amitabha (Amito en chino), Buda de la Luz Infinita que simboliza nuestra naturaleza esencial de amor, justicia y comprensión.
Para aplicar este método, el estudiante debe repetir una y otra vez, en todo momento y circunstancia, ya sea mentalmente o en voz alta, el nombre del buda: «Namo Amitofo, namo Amitofo, namo Amitofo…» (namo significa «honor», fo significa «buda», así que namo Amitofo significa «honor al buda Amitabha»). La recitación del nombre del buda es como una gran escoba que nos sirve para echar de la posada a todos los invitados, de este modo, una vez que la posada esté vacía, nos resultará muy sencillo adoptar nuestra posición de anfitriones.